27 dic 2011

ABC CÓRDOBA


Salvador G. Solís «La literatura ofrece un desfile de personajes de todos los colores»

El autor cordobés hace en «Escritores» (editada por El Olivo Azul) una galería de relatos con imaginarios y singulares compañeros de profesión

Día 27/12/2011
Salvador G. Solís «La literatura ofrece un desfile de personajes de todos los colores»
J. M. SERRANO
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EDICIÓN IMPRESA
Arquetipo
«Tengo algo de escritor vampírico. Cualquier historia soy dado a meterla en una novela»
ESCRITOR
CÓRDOBA
El novelista caníbal, el torero que acaba escribiendo para enciclopedias y el detective poeta son algunos de los 17 personajes que se asoman a la última obra de Salvador Gutiérrez Solís.
—«El novelista malaleche», del que ya lleva varias exitosas entregas, «Escritores»... ¿Son sus compañeros de profesión, y usted mismo, uno de sus principales temas?
—Me ha encantado desarrollar el tema de la figura del escritor y el de la literatura dentro de la literatura, lo que se llama metaliteratura, porque siempre me ha interesado mucho ese ejercicio. Se da el caso de que la literatura nos ofrece un escaparate y desfile de personajes variopintos de todos los colores, tamaños y condiciones que podemos encontrar, desde el más normal, el más activo, el más pasional o el más vocacional hasta el más friki y el más esperpéntico. Creo que es una fauna que da mucho juego, y a veces, cuando veo los periódicos, me da la impresión de que me he quedado un poco corto.
—¿Hay más?
—Después de que publicara el libro, hemos asistido al entrenador de fútbol novelista, el sepulturero novelista, que me pareció alucinante. Creo que la amalgama y la fauna dentro del mundo de la literatura es mucho más amplia de la que yo a veces me puedo imaginar.
—Es decir, que, como se dice, «esto tiene una novela», y quien dice una novela dice unos cuentos.
—Sí, sí. Este mundo nos depara cada día personajes más inquietantes y situaciones que antes creíamos inimaginables, pero no, son posibles.
—Un escritor dijo de una compañera que «no le gusta la literatura, sino la vida literaria». ¿Para ser escritor hacen falta tantos contactos y tanta vida ajena a la literatura?
—No sé quién dijo esa frase, pero me parece maravillosa. Yo muchas veces hablo de que la literatura tiene como tres capas. La fundamental, el núcleo, es la literatura en sí, el escritor con su obra. Yo soy de los que mantienen que un escritor pesa y vale lo que pesa y vale su obra. Luego se le une otra segunda capa: la empresa, por decirlo de algún modo. Cómo te manejas con las agencias literarias y las editoriales, con esos sujetos que consiguen que tu obra trascienda. Luego está la última capa, que es cómo me relaciono con tal crítico o con quién me tengo que llevar bien que va a ser jurado... Hay mucha gente que le dedica más tiempo a esa capa de la literatura que al núcleo, que es escribir. Es como todo: si escribes muy bien, y eres muy guapo y muy simpático, todos son ventajas, pero si tuviera que elegir, elijo escribir bien.
—¿Hay muchos escritores que no escriben?
—Últimamente con la evolución y casi revolución de tertulias radiofónicas y televisivas, te encuentras a alguien con el título de «escritor» o «escritora». Y piensas que nunca has visto una novela de ese señor en una librería. Desgraciadamente me da la impresión de que escritor y periodista son denominaciones excesivamente generosas. Yo creo que para ser periodista hay que tener formación y saber manejar una técnica muy concreta y para ser escritor tienes que tener un mínimo de condición y calidad.
—En su libro hay una serie de arquetipos muy concretos. ¿Cuál es usted, si es que es alguno?
—Yo en plan metafórico tengo mucho del novelista caníbal, lo reconozco, pero más que caníbal, vampírico. Cualquier historia que me cuentan soy dado a meterla en una novela, siempre con el mayor respeto y sin procurar que el protagonista se sienta identificado.
—En cualquier caso, el poeta siempre es el pobre.
—En un «malaleche» saqué una frase que, aunque sea mía, me gusta mucho: «El poeta más ilustre acaba con una calle en un polígono industrial y el novelista rico, aunque sea muy malo, acaba con un Mercedes y con una buena cuenta corriente». La poesía tiene esa desgracia, que no tiene la recompensa material de la narrativa. La poesía, tal vez por haber vivido en Córdoba, es donde he encontrado situaciones más delirantes. El poeta busca el prestigio por aparecer en una antología o por que lo inviten en un recital. Los cauces para llegar hasta ahí, sobre todo del poeta mediocre o malo, lo pueden transformar en sujetos dignos de cualquier película de Berlanga o Fellini.

19 dic 2011

ENTREVISTA EN DIARIO ABC


El autor publica su libro de relatos «Escritores» (El Olivo Azul), donde se muestra con ironía a un espectro de los más variopintos narradores

Día 19/12/2011
Salvador Gutiérrez Solís (Córdoba), sorprendió en 1999 cuando publicó su primer libro, «La novela de un novelista malaleche». Ahora da otra vuelta a u ingenio con el libro de cuentos «Escritores» (El Olivo Azul), un vasto fresco en el que aparecen personajes como detectives, toreros o periodistas con vocación narrativa.
—¿Dónde empezó a maquinar un libro con unos escritores tan poco convencionales?
—Empecé a maquinarlo con la saga del novelista malaleche. Siempre utilizo la técnica de probar a personajes y situaciones en relatos antes de introducirlos en una novela. Aunque parezca ilógico, no sabes si van a tener músculo y van a resistir el envite de una novela. Para crear la saga de malaleche hice bocetos de posibles escritores que podían circular por ella. Algunos de esos bocetos los he introducido en este libro como relatos.
—¿Es posible que personas de tantas profesiones tengan la capacidad de escribir historias?
—Yo creo que no, porque a la literatura le sucede algo que no le ocurre a otras disciplinas artísticas. Es muy difícil encontrar a alguien que escriba íntimamente, pues siempre quieren publicar y que lo lean los demás. Nunca he creído en el artista polivalente.
—¿Cree que como pasa con el periodismo en la literatura hay mucho intrusismo?
—En el periodismo hay intrusismo y ya parece que cualquiera es tertuliano. Yo llevo muchos años escribiendo en periódicos, pero no me considero periodista, todo lo más articulista. En la literatura pasa lo mismo. Nos venden novelas infumables o ensayos espantosos, del tipo «Cómo ser feliz con 45 años».
—Una clave de estos relatos es el recurso del humor y de la ironía.
—Siempre que he podido he trasladado el humor y la ironía a la literatura. A veces veo que en la literatura española tiene tendencia a la desolación, quedándose el humor como algo de segunda categoría o ligero, cuando yo creo que es más complicado arrancarle una carcajada al lector que la sensación de desasosiego. Vargas Llosa tiene una «obra verde», como yo la llamo, que es deliciosa y que tiene pasajes en los que llegas a reírte a carcajadas.
—En su libro arremete contra la figura de los agentes literarios, los representantes, determinadas editoriales... ¿Por qué?
—La literatura ha creado una especie de estratosfera extraña en donde muchos se quedan revoloteando y no van al propio núcleo principal, que es la literatura. Al final, un escritor vale, pesa y merece, lo que vale, pesa y merece su obra.
—¿Qué opina de la imagen del escritor huraño y ensimismado?
—Siempre defiendo que el escritor es una persona normal y lo que escribe también lo es. Me gusta la imagen de los libros en los centros comerciales y kioscos porque los hace muy naturales. Una vez asístí a una conversación en que Andrés Trapiello contaba que se levanta a las seis y media de la mañana para llevar a los niños al colegio. Luego hacía la compra y, mientras cocinaba, se ponía a escribir. Me encantó esa imagen, porque es la del escritor.
—¿Por qué las editoriales no apuestan por los cuentos?
—El relato es más exigente de lectura que la novela, porque éste se debe leer de una vez, mientras que en una novela puedes cortar cuando quieras y, una vez que entras en ella, te sientes muy cómodo. Sin embargo, en un libro de cuentos el lector tiene que volver a empezar en cada historia.

14 dic 2011

ESCRITORES, 16: EL ESCRITOR A SUELDO

Con el paso del tiempo y de los premios, el escritor a sueldo afinó la estrategia y llegó a escribir auténticos cuentos a la carta. 


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