El autor publica su libro de relatos «Escritores» (El Olivo Azul), donde se muestra con ironía a un espectro de los más variopintos narradores
Día 19/12/2011
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Salvador Gutiérrez Solís (Córdoba), sorprendió en 1999 cuando publicó su primer libro, «La novela de un novelista malaleche». Ahora da otra vuelta a u ingenio con el libro de cuentos «Escritores» (El Olivo Azul), un vasto fresco en el que aparecen personajes como detectives, toreros o periodistas con vocación narrativa.
—¿Dónde empezó a maquinar un libro con unos escritores tan poco convencionales?
—Empecé a maquinarlo con la saga del novelista malaleche. Siempre utilizo la técnica de probar a personajes y situaciones en relatos antes de introducirlos en una novela. Aunque parezca ilógico, no sabes si van a tener músculo y van a resistir el envite de una novela. Para crear la saga de malaleche hice bocetos de posibles escritores que podían circular por ella. Algunos de esos bocetos los he introducido en este libro como relatos.
—¿Es posible que personas de tantas profesiones tengan la capacidad de escribir historias?
—Yo creo que no, porque a la literatura le sucede algo que no le ocurre a otras disciplinas artísticas. Es muy difícil encontrar a alguien que escriba íntimamente, pues siempre quieren publicar y que lo lean los demás. Nunca he creído en el artista polivalente.
—¿Cree que como pasa con el periodismo en la literatura hay mucho intrusismo?
—En el periodismo hay intrusismo y ya parece que cualquiera es tertuliano. Yo llevo muchos años escribiendo en periódicos, pero no me considero periodista, todo lo más articulista. En la literatura pasa lo mismo. Nos venden novelas infumables o ensayos espantosos, del tipo «Cómo ser feliz con 45 años».
—Una clave de estos relatos es el recurso del humor y de la ironía.
—Siempre que he podido he trasladado el humor y la ironía a la literatura. A veces veo que en la literatura española tiene tendencia a la desolación, quedándose el humor como algo de segunda categoría o ligero, cuando yo creo que es más complicado arrancarle una carcajada al lector que la sensación de desasosiego. Vargas Llosa tiene una «obra verde», como yo la llamo, que es deliciosa y que tiene pasajes en los que llegas a reírte a carcajadas.
—En su libro arremete contra la figura de los agentes literarios, los representantes, determinadas editoriales... ¿Por qué?
—La literatura ha creado una especie de estratosfera extraña en donde muchos se quedan revoloteando y no van al propio núcleo principal, que es la literatura. Al final, un escritor vale, pesa y merece, lo que vale, pesa y merece su obra.
—¿Qué opina de la imagen del escritor huraño y ensimismado?
—Siempre defiendo que el escritor es una persona normal y lo que escribe también lo es. Me gusta la imagen de los libros en los centros comerciales y kioscos porque los hace muy naturales. Una vez asístí a una conversación en que Andrés Trapiello contaba que se levanta a las seis y media de la mañana para llevar a los niños al colegio. Luego hacía la compra y, mientras cocinaba, se ponía a escribir. Me encantó esa imagen, porque es la del escritor.
—¿Por qué las editoriales no apuestan por los cuentos?
—El relato es más exigente de lectura que la novela, porque éste se debe leer de una vez, mientras que en una novela puedes cortar cuando quieras y, una vez que entras en ella, te sientes muy cómodo. Sin embargo, en un libro de cuentos el lector tiene que volver a empezar en cada historia.
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